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Wanda  

Faulkner2012 57M
0 posts
11/23/2018 3:02 am
Wanda


Ella: “No recuerdo como he llegado a tu perfil, pero me ha gustado… ¿me ayudas a regresar al mío? Es que me he perdido…"

Yo: “No, yo no diría que te has perdido, Caperucita… yo diría que has sabido ir directamente hacia donde te convenía... Te dejé un sendero de miguitas ayer noche y tú debes de estar muy hambrienta o ser muy madrugadora, porque las has encontrado antes que los pajarillos… Y ya que has llegado, permíteme que te advierta de que si entras, te puede ser difícil salir: también tengo demasiada imaginación y deseos de hacer realidad todos mis sueños, como dice en tu perfil,….Veo por donde llegas y ya me duele la piel... pero eso ya lo habías intuido, verdad? Felicidades al artista que te hace las fotos. Soy video realizador y ya puedes imaginar lo que imagino…"

Ella: “…mmmm….yo diria que ha sido el resultado de ambas cosas: soy una madrugadora hambrienta...el problema es que no me conformo con unas miguitas...gracias por la advertencia pero debes saber que cuando entro rara vez quiero salir sin probar lo que deseo y dejar marca de mi paso. No se que encontrare pero por instinto se que hay mucho por descubrir y no estoy dispuesta a perdermelo. Me encantaría saber que imagina un video realizador… ¿Me lo cuentas? “
un beso

Tengo impresas esas 4 frases por alguna parte porque no quería que se me perdiera la pista de cómo empezó todo y porque en esas pocas líneas ya estaba todo claro. Pero por aquel entonces yo soló estaba interesado en coleccionar olores de los que emanan de la entrepierna de las chicas y me quedé babeando ante las fotos de la tremenda pibona que acababa de flirtear conmigo. No lo supe ver venir; una y otra vez las instantáneas en las que aparecía como joven rebelde y artista en poses hipersexuales que, con cierto gusto, dejaban entrever sueños de entrega y dominación; cuero, velas, unos buenos pechos y culo, una cabellera oscura fluyendo libre hasta la cintura, pero ninguna de la cara entera. La mayoría estaban cortadas justo por encima de la boca, una boca de labios exuberantes como tienen algunas<b> latinas. </font></b>No me daba buena espina, pues ya había comprobado que si no dan la cara, te llevarás una sorpresa. Y no solo de tetas y culo vive el hombre. O por lo menos un hombre como yo.

Pero en fin, no se podía negar que aquél era un buen comienzo. Así que me pasé la noche escribiendo un relato sobre una cita a ciegas, para que le quedara claro hasta donde llegaba la imaginación de un video realizador como yo en una red de contactos picantes como aquella. A la noche siguiente recibí la respuesta entusiasmada de mi nueva partenaire retándome a hacer juntos realidad mi fantasía. Y reescribir el final. En el relato que le había enviado, dos desconocidos se citan para un primer encuentro a ciegas en sentido literal en casa. Él hombre recibe con los ojos vendados a la chica y le deja husmear por toda su casa mientras espera a ciegas en la sala. Ella se toma su tiempo y finalmente, sin quitarle la venda, le ata las manos al respaldo de una silla y le da un repaso erótico integral. Al final, la chica se marcha y el man se queda más cachondo que Papá Noel en Navidad y atado a la silla. Me prometí no venirme arriba ante la posibilidad de hacer real mi fantasía: cuántas veces oportunidades como aquélla quedaban en nada por dar un mal paso; pero lo fantástico es que esta vez no fui yo el que tuvo que insistir: la muchacha se había quedado prendada con el relato y quería experimentar algo así a toda costa.

Y así fue como empezó un corto intercambio de emails, whatsapp, teléfonos hasta llegar a la dirección. Mi dirección personal. Por aquel entonces yo estaba muy seguro de mi mismo y de mi capacidad intuitiva pues no era la primera vez que me citaba en mi casa con gente que había conocido en diversas situaciones. No suelo meterme en líos de los que no voy a poder salir de una manera u otra. Así que allí estaba yo, excitado como un pavo americano la víspera de dia de Gracias, tras haberme pasado la tarde limpiando y preparando la casa y el set, la música de fondo (tenía para tres horas de musica cool), el incienso suave, la iluminación ideal y de repente suena el timbre.

Suena un timbre. En el rellano de un piso, se abre una puerta. A un lado –pongamos el lado exterior –, una mujer esbelta y de una belleza muy impresionante se muerde el labio inferior mientras observa al hombre que le ha abierto. Él sonríe; lleva puesta una venda en los ojos pero sonríe. Ella parece indecisa. Mira hacia ambos lados de la puerta, hacia el interior. Él hace una pequeña reverencia, dice: “ Gracias por venir. Mi casa es tu casa” y se retira unos pasos abriendo los brazos en cruz. La chica titubea e introduce primero la cabeza echando una ojeada antes de decidirse a entrar. El hombre cierra la puerta, se da la vuelta y se retira por el pasillo acariciando la pared con la punta de la mano derecha, para guiarse. Ella no ha dicho nada. La chica lo ve desaparecer, deja escapar una risita nerviosa y se pone los brazos en jarras mirando hacia el suelo hasta soltar un profundo y sonoro suspiro.

La chica que hemos visto entrar en el piso se está tomando su tiempo; ahora está hojeando unos cuadernos, leyendo por encima. Lleva un rato ahí, en el despacho. Ha mirado cajones, estantes, cuadros, fotos, especialmente una serie en las que aparece el que parece ser el hombre de los ojos vendados en varios parajes: sobre un camello en un desierto, en la frontera de Pakistán, con una tribu en el Amazonas, o bajo un volcán en erupción, otra en la selva de Borneo… Las va mirando con detenimiento. Suena una música que llega de otra sala.

Antes ha estado investigando la habitación del dormitorio: se ha echado en la cama riendo, ha abierto todos los armarios, mirado todos los zapatos, los cinturones, todos los rincones como antes había hecho en el baño, oliendo y probando todas las fragancias que ha encontrado, y en la cocina, donde ha efectuado un repaso concienzudo a todos los elementos culinarios.

Casi un cuarto de hora más tarde de su llegada, la chica entra en el salón. Suena música de Jazz latino, con una trompeta profunda y caliente de protagonista. Quizás la de Miles Davis. El hombre que le ha abierto permanece con los ojos vendados sentado en una silla moderna de cuero y brazos metálicos, con un vaso en la mano y una botella de bourbon a su lado. Ella se acerca decidida y se planta frente a él, observándolo con el ceño fruncido. Tras un buen rato, le coge el vaso de la mano y se lo lleva a la boca. Él permanece risueño. La chica apura el vaso y lo vuelve a llenar sin dejar de mirar al hombre. Se saca los zapatos sin agacharse. Recorre el salón con la vista, mientras sigue bebiendo pequeños sorbos. Se desabrocha un par de botones de la blusa y da unas vueltas alrededor del tipo. Finalmente se para tras él. Se agacha muy poco a poco hasta acercar su rostro a su cuello e inhalar suavemente el calor del cuerpo del hombre. Lo hace repetidas veces y acaba rozando su hombro con la nariz. El cuerpo del hombre de los ojos vendados reacciona contrayéndose sutilmente, y ella observa como se le eriza el pelo en la nuca. Se incorpora y lo mira sonriente.

–Esto es muy raro –dice ella en voz alta; bebe un sorbo y añade decidida – pero me mola.

Se marcha de la sala un momento. El hombre sonríe y se acomoda en el sillón de brazos metálicos. La música sigue sonando, como un testigo más acompañando la escena. La muchacha vuelve con el cinturón de un albornoz en la mano. Se detiene y mira pensativa al hombre mordisqueando la tela del cinto; acaba por atarle las manos a la espalda tras el sillón. El hombre se deja hacer.

Una vez lo tiene bien atado, la chica empieza a desnudarse, lentamente, mientras sigue bebiendo sorbos de la copa. La música se ha acabado mientras se desnudaba. Ahora comienzan a oírse los primeros acordes de una canción de Sade. Ella se queda totalmente desnuda frente a él. Baila sensualmente, como si estuviera sola. Pero no lo está. Hay un hombre en la sala. Un hombre atado y con los ojos vendados. Y eso parece excitarla y turbarla al mismo tiempo.

Se acerca muy despacio hasta colocarse sobre él; lo abraza y comienza a frotar su cuerpo contra el suyo: primero suavemente, solo desplazando el aire que separa los dos cuerpos; y después con más intensidad. Se divierte viendo como se le van poniendo duros los pezones; termina pasando repentinamente una pierna sobre el hombro del tipo, hasta colocar su sexo frente a su rostro al ritmo de la música. El hombre aspira intensamente como queriendo apropiarse de su olor a hembra, pero ella se retira rápidamente.

–No, no, no… de eso nada. Ya puedes llorar… –, dice riendo, juguetona.

Se agacha y le desabrocha a camara lenta la camisa para besar su pecho, sus hombros, su vientre. El hombre reacciona ante cada nuevo impulso tensando los músculos de su cuerpo. Parece que va a decir algo pero ella le pone la mano sobre los labios:

–Shhhhhht.–le dice– No digas nada. Solo siente.

Él afirma con un movimiento de la cabeza y se queda callado. La muchacha le da de beber; después, baja la cara y comienza a mordisquear la cremallera y el bulto que empieza a adivinarse bajo los tejanos del hombre. Tras unos instantes, el glande va creciendo hasta sobresalir por encima del cinturón. La chica lo mira con alegría evidente; le desabrocha el pantalón hasta dejarlo libre, acerca su boca y comienza a besarle el miembro muy suavemente, como si tuviera miedo de romperlo. El hombre sonríe (–¡Buff!) y comienza a suspirar.

–Te gusta esto, no? Esto es lo que soñabas, verdad? –le pregunta ella, traviesa.

La muchacha alza la cara hasta mordisquear su vientre de nuevo. Se sienta sobre él, rodeándolo con sus brazos y situando sus pezones hinchados ya frente a sus labios.

–Ven –le dice–. Juguemos un rato. Esta vez yo seré el gato y tú el ratón.

Aprieta su sexo contra la verga liberada y comienza a restregarlo subiendo y bajando hasta mojarle la polla con su humedad. Se recuesta la cabeza sobre su hombro. Acerca la boca a su cuello, pero él no se deja, preso de una electricidad que no parece poder contener. Ella se ríe.

–¿Qué te pasa? –le inquiere, maternal.– ¿Tienes miedo de que te muerda? ¿De que te chupe la sangre?

Lanza una carcajada, se suelta la goma del pelo y agita la melena. Después le acerca el vaso a los labios y le hace beber de nuevo. Se aparta un poco y le pone la goma bien tensa alrededor de la base del pene.

–Esto te va a gustar, desconocido. ¡No sabes con quién te has encontrado! ¡Te acordarás de esta cita a ciegas! –le susurra, entre risas al oído.

Aprovecha para chupársela un rato mientras crece y se hincha el músculo al no circular la sangre. Cuando la tiene bien mojada se vuelve a montar a horcajadas sobre él y la coloca firmemente en la entrada de su yoni y comienza a descender. El hombre se arquea, tensado por su forzada inmovilidad, y comienza a comerle sus pechos. Ella sigue descendiendo, empalándose suavemente mientras la abultada flecha comienza a atravesarla. Gimen los dos con un solo de saxo tiñendo el ambiente y la tórrida escena de llamas tropicales. Ella se aferra a su cuello resoplando –no se sabe si de dolor o de placer, pero tanto da, porque es obvio que no quiere parar. Continúa bajando cada minuto un poco más en un camino que parece no tener fin, como si de tan profundo y extenso fuera a acabar en el mismo infierno. Se le ponen duros los músculos del culo y de las nalgas hasta que finalmente toca fondo y se relajan los dos cuerpos al unísono, como un solo instrumento.

Están sudando. Ella le acaricia el pelo y tiernamente empieza a abandonarse a un ritmo interior, ancestral, a ese eterno vaivén de las olas y de las hembras en celo, ese que es capaz de hipnotizar hasta las bestias más sanguinarias, ese que convierte todo lo demás en pura nada, en vaciedad sin alma, sin ritmo. El tipo no parece pasarlo mal, aunque es evidente que fuerza por liberar sus manos para poder alcanzarla. Ella parece ya en trance: llevan un buen rato y entre la música, el alcohol y las ganas, se la ve muy entregada a su propio placer. Ahora un conocido reggetón acompaña la escena con un marcado , que ella parece aprovechar para ir al compás y dotar de ritmo sensual sus movimientos. Está bailando sin sacarse la verga de dentro.

Él ruge y gime, pero cada vez que intenta decir algo, ella le tapa la boca y lo silencia. El ritmo es cada vez más profundo y más rápido, hasta parece que ella se va a correr, por cómo se le van hinchando las alas de la nariz; y por cómo jadea. Comienza un callado chillido que se va convirtiendo en grito mientras el hombre tampoco parece dispuesto a soportar más: con un fuerte movimiento, consigue rasgar el cinto y liberarse de su atadura; la atrapa y le coloca sus fuertes manos cruzadas sobre su espalda desnuda, clavándole las uñas como garras a la altura de los omóplatos; ella se escuece en su delirio mientras él dibuja con sus garras dos diagonales que se cruzan en el centro de esa espalda interminable.

–Ahora no sé quién se acordará más –dice él mientras van enrojeciendo las trazas de los arañazos sobre la piel de la muchacha.

Ella parece desgarrarse entre el placer y/o el dolor, otra vez la eterna pregunta que tampoco pienso responder ahora. Se arquea hacia atrás en una postura imposible hasta casi caer, pero él hombre la tiene bien cogida por la cintura, y consigue levantarla. Se quedan un rato así, en “Y”, los cuerpos enlazados pero los bustos echados para atrás buscando un equilibrio para no desplomarse. Finalmente se incorporan y se unen en un ardiente abrazo, y se besan largo rato hasta que ella acaba por quitarle la venda de los ojos:

–Hola. Mi nombre es Wanda –le dice tomando su rostro entre las manos –. Y estoy encantada de conocerte.

Este era el relato que yo le había enviado. Lo he querido incluir ahora para compartir la paradoja del evento. Porque la cita no se desarrolló exactamente así. Es lo que tiene la realidad, que siempre decide por su cuenta. Bueno más menos se debió de desarrollar igual porque la chica estuvo husmeando mis cosas y más o menos se comportó como había previsto, aunque fue un poco más salvaje y me llevé alguna que otra bofetada antes de culminar un encuentro memorable, la verdad. Nunca me había sentido así, poderoso y seguro pero totalmente inutilizado, débil y expuesto. Porqué la muy cabrona me hizo un nudo tan profesional que me costaron unas dos horas el poder zafarme y liberarme de la puta silla a la que me había atado. Nunca me quitó la venda. No le marqué la espalda como había soñado sino que me quedé un buen rato a que acabara de ducharse totalmente deshecho por el rapapolvo -y nunca mejor dicho- que me acababan de endiñar. Al cabo de unos 20 minutos empecé a llamarla y a intentar acercarme al pasillo por si no me oía porque la cosa ya duraba demasiado y estaba cogiendo frío y sed. No pude desligarme como ya he dicho pero logré al menos quitarme la venda de los ojos. En la mesa había una hoja con mi relato con aquel final cambiado y una ultima frase lapidaria:
“Y nunca conoció el nombre de la Rosa”.

Nunca la volví a ver. Bueno, aunque de hecho sería más exacto decir que nunca volví a no verla. Y a veces me consuelo pensando en que, quizás, tampoco era tan bonita. Pero llevo con orgullo dos grandes cicatrices que cruzan mi espalda.

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